Navegando en esta tarde por el lago
del pueblo, me siento triste pero tranquilo a la vez, la tarde es perfecta,
además brindan un ambiente cálido esos dos soles que aún no se resguardan detrás
de la montaña, el primero de ellos tiñe todo el lugar de colores vibrantes y
fuertes, al igual que le otorga a mi piel este tono tostado.
El otro sol, tú, ser que ha iluminado
mi caminar, mi sentir, mi pensar desde hace ya mucho tiempo.
No es necesario mover ni un poco los
remos pues el viento me aleja cada vez más de las espigas de trigo que se
encuentran en la orilla.
Observo mi reflejo en el lago y a un
lado, nada…
Aquí en la tranquilidad absoluta
del atardecer te observo por última vez, tocándote, sintiéndote como nunca lo
pude hacer, tu blanca piel, tu pequeña
nariz, tu cabello negro… me acerco
lentamente a esos labios, antes fruta deseada y prohibida, tratando de besar
cada gota de perfume, risas y lágrimas que quede en ti, hasta arrancarte el
último suspiro.
Una ráfaga de despedidas pronuncio,
después, uno de los soles se esconde en el fondo del lago.
Observo mi reflejo de nuevo en la
calma y por fin a un lado estás tú, solo que yo soy un reflejo en el agua, el
cual se alejara en la vieja balsa y tú te quedarás por siempre, en el fondo,
esperando mi regreso, como yo siempre te esperé.
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